Entre esos testigos pudo consultar a San Pedro y a los demás Apóstoles y discípulos, a las santas mujeres, y existe la hipótesis probable que haya recibido informaciones preciosas de la propia Madre de Dios. De ahí el hecho de haber sido el único evangelista que habla de la Anunciación, de la visita a Santa Isabel con el excelso cántico del Magnificat, del nacimiento del Niño Jesús en Belén, de la adoración de los pastores, de la Circuncisión, de la Presentación en el Templo y de la purificación de María Santísima, y de la pérdida y el encuentro del Niño Jesús entre los Doctores de la Ley. Por lo que su Evangelio mereció ser llamado por algunos de Evangelio de Nuestra Señora. En efecto, “entre esos informantes, sobre todo en los primeros capítulos de su Evangelio, se puede oír también la suave voz de la propia Madre de Jesús”.2